Enrique Aranda en su columna De naturaleza política, de Excélsior, señala que unos minutos apenas bastaron a Francisco y al presidente Enrique Peña Nieto para sepultar, o encaminar hacia la tumba al menos, al rancio laicismo jacobinopropio de nuestro “viejo” sistema político, y para dar paso a una laicidad positiva que no sólo respeta y reconoce a los diversos credos en un entorno de auténtica libertad, sino que suma en favor del desarrollo y construcción del bien común —“ese bien que en este siglo XXI no goza de buen mercado”, diría el Papa—, principios y valores de la religión, del catolicismo en particular.
El meollo del asunto
México transita cada vez de manera más acelerada hacia la asunción de una laicidad positiva que, en palabras del ahora emérito Benedicto XVI contribuye mejor, de manera más efectiva al desarrollo de las comunidades y a la construcción del bien común que la carencia de diálogo y encuentro entre el Estado y las iglesias.
Ayer sí, se lanzó una palada más a la tumba del laicismo jacobino antirreligioso e intolerante que por décadas, poco más de siete hasta antes de 2000, caracterizó al sistema…
Aquí la columna
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