De ahí la -para algunos- inexplicable intensidad con la que ha iniciado este proceso. El golpeteo en contra de Blanca Alcalá ha sido constante, inmisericorde.
Los temas, sin duda, polémicos. Jugarse de inicio y no guardar para el final la carta de la relación de la priista con Mario Marín, buscó generar en el electorado un brutal y cuasi-unánime repudio social.
La estrategia funcionó.
El meollo del asunto
En los días previos a su unción como candidata, Blanca tuvo que salir a dar constantes explicaciones sobre el tema, intentó sin éxito y por todos los medios desmarcarse de la imagen del exgobernador, se lió a tuitazos con Lydia Cacho, la víctima principal del affair Marín-Kamel, para al final del día tener que recular y optar por esconder al “innombrable” en el evento más importante de su campaña, hasta ahora.
Alcalá se metió al terreno al que la querían llevar sus adversarios políticos y cayó redondita.
La priista se volvió reactiva, no proactiva y perdió el control de su agenda y temas prioritarios.
Hoy, lo llevan sus enemigos.
Aquí la columna
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