Y dice:
Los norteamericanos acabamos de celebrar hoy el ejemplo de una auténtica democracia en este acto que supone la inauguración de un nuevo presidente elegido por el pueblo: el número 44 en la historia de esta nación. A todo ello, además, se une el hecho de que estamos ante un logro histórico al tratarse del primer presidente de raza no blanca. Washington es hoy la capital del mundo y millones de personas nos regocijamos con tan maravilloso ejemplo democrático.
Reconocer esto, sin embargo, no puede obviar un hecho incontestable: que con el nuevo Presidente Obama la Izquierda política e ideológica se instala por fin de lleno en la Casa Blanca. Y que lo hace, además, con más fuerza y con más poder que nunca antes en la historia de los Estados Unidos. Obama no es el moderado que su campaña quiso presentar con el apoyo de la gran mayoría de los medios de comunicación; ni siquiera Obama es un centrista. Su trayectoria política y sus votos legislativos tanto en Illinois como en Washington están claramente en la zona más a la izquierda del plantel político de Estados Unidos.
Hasta su elección el pasado noviembre y durante los pocos meses que estuvo como legislador en Washington, Obama era considerado por agencias independientes como el senador ideológicamente más a la izquierda en todo el Senado de los Estados Unidos. Joe Biden, su vicepresidente, estaba en tercer lugar, mucho más a la izquierda que Hillary Clinton o incluso que Ted Kennedy, por ejemplo.
La actual crisis económica, engendrada y creada primordialmente por acciones e iniciativas Demócratas (Fannie Mae, Freddie Mac…) y refrendadas desde 2006 por el Congreso Demócrata, así como por la ineptitud de Bush-Paulson y los Republicanos para enfrentarse a la intervención económica del pasado otoño, serán las excusas para que Obama y las mayorías del Partido Demócrata en el Congreso promuevan una vuelta a los fatales años económicamente intervencionistas de Jimmy Carter, Lyndon B. Johnson y aun de Franklin D. Roosevelt.
El radicalismo ideológico de Obama se observa en sus votos legislativos, como su repetido e inhumano voto en contra de la "Ley de Protección de los Nacidos Vivos" ("Born Alive Infants Protection Act-BAIPA") en 2002, por ejemplo. Lo mismo podríamos decir de sus turbias y todavía no aclaradas alianzas con personajes racistas (Farrakhan, Pfleger o Wright -que este fin de semana pasado volvió a decir barbaridades en Howard University), mafiosos (Rezko) y aun terroristas (Dohr, Khalidi o Ayers -detenido en la aduana de Canadá este mismo fin de semana-).
Aun así, Obama fue capaz de presentarse como candidato presidencial moderado usando propuestas liberal-conservadoras como la de la drástica rebaja de impuestos que lógicamente incumplirá. Como ni McCain ni su campaña supieron hacer frente a nada de esto y como, además, taparon la boca de Sarah Palin y los conservadores de su partido, los resultados fueron los que fueron.
La llegada a la Casa Blanca de Obama, por tanto, es el primer paso real alcanzado por la Izquierda norteamericana en varias décadas a fin de intentar llevar adelante un cambio sustancial en lo político y cultural de Estados Unidos, un cambio destinado también a enterrar para siempre el ideario tradicionalmente liberal conservador de esta nación.
La apuesta es arriesgada porque el pueblo norteamericano, pese a las encuestas féericas que circulan estos días a favor de Obama, no está por la faena de olvidar su idiosincrasia y los más recientes años de progreso gracias presidentes como Ronald Reagan. Obama es consciente de que cualquier inicial apariencia de radicalismo progresista en sus primeros meses en la Casa Blanca podría resultar contraproducente, como ya le ocurrió a Bill Clinton. Aun así, con el control total del poder ejecutivo, con mayorías legislativas a su lado y con la posibilidad de nombrar jueces activistas, incluidos los del Tribunal Supremo, Obama acaba de dar hoy frente al Capitolio el primer paso con el que la Izquierda norteamericana ha venido soñando durante casi un siglo.
Los norteamericanos acabamos de celebrar hoy el ejemplo de una auténtica democracia en este acto que supone la inauguración de un nuevo presidente elegido por el pueblo: el número 44 en la historia de esta nación. A todo ello, además, se une el hecho de que estamos ante un logro histórico al tratarse del primer presidente de raza no blanca. Washington es hoy la capital del mundo y millones de personas nos regocijamos con tan maravilloso ejemplo democrático.
Reconocer esto, sin embargo, no puede obviar un hecho incontestable: que con el nuevo Presidente Obama la Izquierda política e ideológica se instala por fin de lleno en la Casa Blanca. Y que lo hace, además, con más fuerza y con más poder que nunca antes en la historia de los Estados Unidos. Obama no es el moderado que su campaña quiso presentar con el apoyo de la gran mayoría de los medios de comunicación; ni siquiera Obama es un centrista. Su trayectoria política y sus votos legislativos tanto en Illinois como en Washington están claramente en la zona más a la izquierda del plantel político de Estados Unidos.
Hasta su elección el pasado noviembre y durante los pocos meses que estuvo como legislador en Washington, Obama era considerado por agencias independientes como el senador ideológicamente más a la izquierda en todo el Senado de los Estados Unidos. Joe Biden, su vicepresidente, estaba en tercer lugar, mucho más a la izquierda que Hillary Clinton o incluso que Ted Kennedy, por ejemplo.
La actual crisis económica, engendrada y creada primordialmente por acciones e iniciativas Demócratas (Fannie Mae, Freddie Mac…) y refrendadas desde 2006 por el Congreso Demócrata, así como por la ineptitud de Bush-Paulson y los Republicanos para enfrentarse a la intervención económica del pasado otoño, serán las excusas para que Obama y las mayorías del Partido Demócrata en el Congreso promuevan una vuelta a los fatales años económicamente intervencionistas de Jimmy Carter, Lyndon B. Johnson y aun de Franklin D. Roosevelt.
El radicalismo ideológico de Obama se observa en sus votos legislativos, como su repetido e inhumano voto en contra de la "Ley de Protección de los Nacidos Vivos" ("Born Alive Infants Protection Act-BAIPA") en 2002, por ejemplo. Lo mismo podríamos decir de sus turbias y todavía no aclaradas alianzas con personajes racistas (Farrakhan, Pfleger o Wright -que este fin de semana pasado volvió a decir barbaridades en Howard University), mafiosos (Rezko) y aun terroristas (Dohr, Khalidi o Ayers -detenido en la aduana de Canadá este mismo fin de semana-).
Aun así, Obama fue capaz de presentarse como candidato presidencial moderado usando propuestas liberal-conservadoras como la de la drástica rebaja de impuestos que lógicamente incumplirá. Como ni McCain ni su campaña supieron hacer frente a nada de esto y como, además, taparon la boca de Sarah Palin y los conservadores de su partido, los resultados fueron los que fueron.
La llegada a la Casa Blanca de Obama, por tanto, es el primer paso real alcanzado por la Izquierda norteamericana en varias décadas a fin de intentar llevar adelante un cambio sustancial en lo político y cultural de Estados Unidos, un cambio destinado también a enterrar para siempre el ideario tradicionalmente liberal conservador de esta nación.
La apuesta es arriesgada porque el pueblo norteamericano, pese a las encuestas féericas que circulan estos días a favor de Obama, no está por la faena de olvidar su idiosincrasia y los más recientes años de progreso gracias presidentes como Ronald Reagan. Obama es consciente de que cualquier inicial apariencia de radicalismo progresista en sus primeros meses en la Casa Blanca podría resultar contraproducente, como ya le ocurrió a Bill Clinton. Aun así, con el control total del poder ejecutivo, con mayorías legislativas a su lado y con la posibilidad de nombrar jueces activistas, incluidos los del Tribunal Supremo, Obama acaba de dar hoy frente al Capitolio el primer paso con el que la Izquierda norteamericana ha venido soñando durante casi un siglo.
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