En diciembre pasado 66 de los 192 países miembros de las Naciones Unidas suscribieron una declaración a favor de despenalizar la homosexualidad en todo el mundo. Los Estados Unidos presididos por George W. Bush votaron en contra. El gobierno de Barack Obama ha decidido ahora apoyar aquella declaración, dando un nuevo vuelco a las políticas de la Administración precedente.
Lo reporta Anna Grau, desde Nueva York, para el ABC
Ni el debate ni la votación en la ONU fueron fáciles. A favor de la declaración estaba la totalidad de la Unión Europea -siendo España una de sus más entusiastas impulsoras-, y también dieron su apoyo países como Japón, Australia o Mexico. Hizo campaña en contra el Vaticano y se opusieron con todas sus fuerzas los países árabes y los más de 50 estados miembros de la ONU donde la homosexualidad es un delito castigado con la cárcel y a veces con la muerte.
No es el caso de Estados Unidos. Pero sí existen leyes para impedir que un homosexual explícito sirva en el ejército. El presidente Bill Clinton intentó cambiar esto al principio de su mandato y fracasó. A eso se suman peculiaridades de las legislaciones de algunos estados, donde por ejemplo un empleador o un casero pueden rechazar a un empleado o a un inquilino por ser homosexuales.
Precisamente uno de los grandes argumentos de la oposición de Bush a la declaración de la ONU es que podía entrar en conflicto con ciertos puntos de la legislación federal y estatal del país. La Administración Obama ha eludido este obstáculo con un argumento sorprendentemente diáfano: un portavoz del departamento de Estado, Robert Wood, anunció jubiloso que no hay de qué preocuparse, ya que la declaración no genera ninguna obligación legal. Se puede decir más alto pero no más claro que esto es pura diplomacia gay que no compromete a nada.
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