Javier Duarte se tiene que ir. Su presencia en el gobierno estatal es una afrenta para el estado de Derecho y para la política. También es una carga innecesaria para su partido.
El gobernador argumenta que no ha mandado matar a nadie y que tiene las manos limpias de sangre.
Vamos a suponer que lo anterior sea verdad –y yo así lo creo–. La percepción, sin embargo, es otra. Y él no ha sido capaz de cambiar esa percepción.
El meollo del asunto
Hay elecciones en junio y por tanto algunos argumentan que sería poco aconsejable quitar a Duarte o pedirle que se vaya. Pamplinas. Cada día que pasa se acumulan los pasivos en su contra.
Si van a tener a Duarte haciendo declaraciones de aquí a junio, el desgaste institucional será mayor. Y van a perder las elecciones.
Si las pierden, con Duarte en el gobierno, será una derrota que buena parte del país va a festejar. Su derrumbe electoral va a ser una causa nacional.
Aquí la columna
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