viernes, febrero 19, 2016

Umberto Eco: un humanista travestido en duda metódica


Casi 40 universidades de todo el mundo concedieron a Umberto Eco el doctorado honoris causa. Eso no honró a Umberto Eco, sino a todas esas doctas casas que, coincidentes en el legítimo afán de buscar referentes/asideros para afrontar la tormenta de un tiempo nuevo e incierto, dieron con este inmortal disfrazado de hombre.


Con este humanista travestido en duda metódica: desde Santo Tomás de Aquino hasta la Wikipedia y desde Kant hasta el grito de auxilio en defensa del libro de papel, pasando por los comics, el Medievo, la semiótica, la leyenda, el arte, la novela, la política y las masas —y por ende, el superhombre de masas, objeto de su bisturí incansable— la impronta de este verdadero caballero andante de la cultura en el más amplio espectro del concepto quedará grabada en la historia de lo escrito y lo dicho.
Pocos como él, pocos como Umberto Eco en el devenir del tiempo que va desde Altamira y Lascaux hasta el troll cibernético-megalítico de los 40 caracteres.
Con los dedos de una mano hay que contar fiscales de la estulticia y la ignoranciatan solventes como él, tan trabajadores, tan insistentes en la preocupación por la estupidez y la patraña. 
Solo tenemos que releer El nombre de la rosa (1980), uno de los debuts literarios más conmovedores de la historia por su aparente costra de novela negra y su irremediable condición de tratado filosófico (más que pertinentemente trasladada al cine por Jean-Jacques Annaud y un Sean Connery que, más que Guillermo de Baskerville, parece Umberto Eco, para caer en la cuenta de ese empeño. 

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