Dice así:
Cuando supo que el periodista que estaba entrevistando escribía una biografía no autorizada de Julio Scherer García, la conductora Carmen Aristegui le dijo muy en serio:
--Tú que hablas mal de Julio Scherer y yo que te miento la m...
La conversación ocurrió apenas el año pasado, cuando Aristegui se forjaba su espacio crítico. Sin embargo, se trataba ya de un periodismo parcial, de amigos y enemigos, maniqueo, militante.
Hubo un tiempo en que Aristegui fue un espacio de pluralidad política. Acaba de dejar su cargo como consejera electoral en el DF. Y ella representaba un periodismo abierto, plural, quizá poco objetivo, pero orientado hacia la consolidación de la transición.
Pero vino luego el síndrome López Obrador. Y ahí se perdió Aristegui. Su programa de radio se parcializó. Y ella se metió en un problema de relación empresarial con los dueños de la estación W Radio. Pero el asunto no fue de libertad de expresión, sino de entendimiento comercial. De contrato. Tan no fue así, que su periódico Reforma, donde ella colabora semanalmente en la sección editorial, publicó la información en la sección de espectáculos.
El conflicto es más grave de lo que Aristegui ha podido dilucidar. En el fondo, se trata del establecimiento de reglas claras para mantener espacios editoriales en empresas privadas reguladas por los contratos comerciales. Es decir, que los periodistas deben establecer en sus contratos con empresas privadas las cláusulas de libertad de expresión.
El caso de Aristegui se ha politizado. Peor aún, para ella, se ha lopezobradorizado. Si se revisan todas las cartas y declaraciones de protesta, hay un común denominador: La vinculación con la estrategia de desestabilización de López Obrador. Y la razón no es difícil de dilucidar: El candidato derrotado a la Presidencia de la República tiene a Televisa y al Grupo Prisa en su lista negra por haber, dice reiteradamente el perredista, conspirado contra su campaña. Y Aristegui es la oportunidad perfecta.
De ahí que el caso Aristegui se haya salido del espacio del debate sobre la libertad de expresión en las relaciones comerciales entre una empresa y una periodista y metido en los terrenos del conflicto de López Obrador contra empresas e instituciones. Por tanto, ya no es Aristegui, sino el pretexto de López Obrador para atacar a Televisa.
Por eso Aristegui ha caído en la parafernalia lopezobradorista y se ha dedicado a denunciar la existencia de un compló en su contra. Es posible que Televisa y Prisa, cada uno en sus respectivos espacios, hayan asumido la decisión de no renovarle el contrato a Aristegui por razones políticas, pero tuvieron el cuidado de darle un espacio empresarial. Y ahí Aristegui se quedó sin argumentos. Por eso ha tomado el camino de la politización de su caso y de llevarlo a la calle.
Pero Aristegui tiene muchos argumentos en contra. Por ejemplo, el periodista Carlos Loret de Mola salió de W Radio antes que ella y lo hizo sin estridencias: Simplemente encontró otro espacio. Y eso que Loret era director del consorcio. Pero ahí se estableció el criterio empresarial por encima de las políticas editoriales. Y no hubo censura.
Si el caso de Aristegui hubiera sido realmente de censura, entonces habría habido una mayor protesta periodística. Pero se ha tratado de una redefinición de los criterios empresariales-periodísticos de un consorcio. Reprobables en su contexto general porque inversionistas extranjeros no llegan a abrir nuevos espacios de libertad, sino a consolidar sus negocios por encima de los criterios editoriales. Otra vez oro por espejitos.
Pero ahora quieren convertir a Aristegui en la Juana de Arco de López Obrador. Y todo se reduce a un enfoque personal. Por ejemplo, la académica Denise Dresser escribió que una de las razones para creer en México es “la sonrisa de Carmen Aristegui”. O los que la quieren convertir en una mártir de la libertad de expresión cuando en su trabajo en la W nunca fue censurada.
Es lamentable que la W Radio y el Grupo Prisa de El País se hayan inclinado hacia el negocio y sacrificado su credibilidad editorial --habrán de pagar socialmente las consecuencias--, pero siempre dejaron a Aristegui hacer su periodismo maniqueo, funcional a López Obrador.
El caso Aristegui revela la crisis en la transición del periodismo político dentro de la democratización del País. Los periodistas y el Gobierno han carecido de una estrategia para salvaguardar los espacios de libertad de prensa. Es lamentable que sea Prisa la que haya modificado criterios empresariales que afectaron políticas editoriales, cuando Prisa edita El País, ese diario que fue producto de una visión democrática del periodismo, pero luego prefiriera el negocio por encima de las ideas.
Pero también es lamentable que Aristegui haya optado por el martirologio y la lopezobradorización de su problema. Lo grave de todo es que Aristegui mostró, en su entrevista con Proceso esta semana, que realmente ignora qué ocurrió. Aunque ya pasó a formar parte de las mártires de la libertad de expresión. A lo mejor se trataba sólo de eso. De ser mártir.