miércoles, mayo 11, 2005

Estalla miniescándalo del reloj


Pasado el dramón del desafuero, ahora aparece un nuevo escandalito en los medios en torno a Andrés Manuel López Obrador.
Se trata de un reloj que al parecer cuesta varios miles de pesos y de un traje marca Hugo Boss, que el gobernante del DF ha lucido últimamente.
Pepe Grillo lo comenta en La Crónica, donde también se publica el cartón de aquí arriba:

López Obrador volvió a violar las leyes, y ahora pasó también por encima de las de su propio gobierno.
En el caso del reloj Tiffany de 80 mil pesos que usa, López incurrió en el delito de cohecho, penado con cárcel sin derecho a fianza.
Lo dicen: la Constitución, la Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos y lo ratifica en circulares cada fin de año la Contraloría General del GDF.
Prohíben a los funcionarios recibir regalos de más de 450 pesos.
Pero López ha decidido que puede violar todas las leyes.
Ni la PGR ni la justicia federal han podido pararlo.
Y ni modo que lo acuse la contralora Bertha Luján, que firma cada año la orden de que nadie en el GDF reciba regalos de más de 450 pesos.


También en El Universal, el asunto merece la atención de Ricardo Alemán:

EL problema no es que el aún jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, vista modelos Hugo Boss que descubrió una indiscreta gráfica captada por el diario Reforma, o que en su pulso luzca joyas como un reloj Tiffany que exhibió otra gráfica del diario La Crónica, o que, como ocurre en el caso del acaudalado Silvio Berlusconi como lo mostró un reportaje de EL UNIVERSAL del pasado domingo, haga del culto a su imagen un ofensivo derroche.
Sea el mexicano López Obrador o el italiano Silvio Berlusconi, tienen el derecho de vestir y lucir lo que les plazca.
El problema es de congruencia. Y es que en el caso del señor Andrés Manuel no sólo resulta incongruente su discurso de la medianía juarista, de gobernante austero que viaja en un modesto automóvil Tsuru cuando el traje que porta y el reloj que luce podrían costar, juntos, si no más, por lo menos lo mismo que el automóvil, sino que confirma que el jefe de gobierno es un político mexicano clásico. Es decir, que gusta del engaño y la demagogia como herramientas fundamentales del ejercicio de la política mexicana.

El artículo de Alemán aquí:

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