Así ve Calderón el asunto, en su caricatura de Reforma:
La nota fría, según La Jornada, apunta:
En sendos comunicados, la Secretaría de Gobernación reconvino al ex presidente del gobierno español José María Aznar, para que cuando se encuentre en territorio nacional observe estrictamente nuestras leyes; en tanto, al dirigente del Partido Acción Nacional (PAN), Manuel Espino, le solicitó que advierta a los visitantes extranjeros que nuestra Constitución dispone que no pueden inmiscuirse en asuntos políticos del país.
Lo anterior, luego de que el pasado martes, en un foro organizado por el PAN, el ex mandatario español expresara abiertamente su apoyo al candidato presidencial de Acción Nacional, Felipe Calderón Hinojosa, e incluso caracterizara a la actual coyuntura mexicana como un momento de decisión entre la estabilidad -representada por el abanderado panista- y la ''aventura'' y el ''populismo''.
Y Jorge Fernández Menéndez comenta en Milenio bajo el título de Envueltos en la bandera:
No suelo estar de acuerdo con Andrés Manuel López Obrador pero en esta ocasión tanto él como Jesús Ortega me parecieron los más sensatos, incluso mucho más que el siempre alebrestado vocero perredista, Gerardo Fernández Noroña, al hablar del caso José María Aznar: mientras buena parte de los priistas y perredistas en la Cámara de Diputados pedían nada más y nada menos que le aplicaran el artículo 33 constitucional a Aznar, o sea que lo expulsaran del país, aunque Aznar ya había abandonado México el miércoles en la mañana, López Obrador y Ortega, sin dejar de llevar agua a su molino, coincidieron en que las declaraciones del ex presidente del gobierno español no constituían un delito y que lo mejor era simplemente hacer un llamado para que no se contaminara con declaraciones de personajes internacionales el proceso electoral.
Tienen toda la razón. Se podrá o no estar de acuerdo con el ex presidente de gobierno español pero Aznar no violó la Constitución y no intervino en asuntos internos mexicanos: se limitó a declarar, ante una pregunta, que esperaba que ganara las elecciones Felipe Calderón. Recuerdo, por ejemplo, posiciones similares de Luis Inácio Da Silva Lula, en la sede del PRD, en el 2000, e innumerables reuniones de la COPPPAL, cuando el PRI hegemonizaba esa organización de partidos latinoamericanos con declaraciones similares. Aznar no estuvo en actos proselitistas, no es parte de la campaña del panista Felipe Calderón, no aportó recursos a ella: simplemente declaró su deseo de que un candidato ganara.
Es una tontería y una demostración de una política aldeana decir que con una simple expresión de deseos de un ex mandatario extranjero, éste se está involucrando en la política interna de nuestro país. Siguiendo esa lógica, México tendría que haber roto relaciones hace ya demasiado tiempo con varios países, comenzando por Cuba y Venezuela, cuyos mandatarios hablan en forma constante de la política interna de México, califican y descalifican políticos y partidos y nadie, en el congreso, parece escandalizarse por ello. Todos recordamos los desplegados de innumerables figuras internacionales apoyando a López Obrador contra el desafuero o el desfile de personajes para visitar a Marcos cuando éste aún residía en Chiapas y no pasó nada. Pueden gustar o no esas opiniones y visitas, pero considerar cada opinión como una intervención en los asuntos internos del país es ridículo. Porque con esa lógica, también opinan en forma constante sobre el proceso político mexicano innumerables académicos, periodistas, empresarios extranjeros que viven o visitan México, lo hacen en nuestro país y en el mundo y a nadie se le ocurre pedirles una aplicación “retroactiva” del artículo 33 constitucional. Es absurdo y es, insistimos una muestra de un primitivo aldeanismo político.
Es inevitable recordar ante esta suma de declaraciones vacías de varios personajes de la política nacional, aquella ocasión en que en un foro académico organizado por la revista Vuelta y dirigido por Octavio Paz, Mario Vargas Llosa tuvo el tino y la osadía de calificar a los gobiernos posrevolucionarios del priismo como “la dictadura perfecta”. El magnífico escritor peruano tuvo que abandonar el país al día siguiente de la declaración porque muchos de los mismos que ahora se indignan por la declaración de Aznar iniciaron una guerra tan virtual como inútil apelando a un patriotismo vacío que, en realidad, lo único que buscaba es ocultar o disfrazar la verdad. La historia parece repetirse, la enorme diferencia es que entonces todavía vivíamos en un sistema político relativamente cerrado, pero ahora han pasado muchos años desde entonces y la realidad nacional ha cambiado en forma notable. Los que no han cambiado son muchos de nuestros políticos.
En realidad, el foro que organizaron la Fundación Preciado Hernández (del PAN) y la Fundación para el análisis y los estudios sociales (FAES) que encabeza el propio Aznar, fue notable y debería ser reseñado por otras razones mucho más importantes que las declaraciones del ex mandatario español. Fue un encuentro en el cual las intervenciones de Enrique Krauze con un magnífico “decálogo del populista” mexicano, de Alvaro Vargas Llosa y del propio Aznar, fueron mucho más importantes. Y se podrán compartir o no, pero obligarían a los partidos y candidatos a debatir la sustancia de lo que allí se dijo y no las declaraciones de coyuntura. No recuerdo, en mucho tiempo, que los sectores liberales (en el sentido más estricto de la palabra, otros los llamaría de centroderecha y tampoco estarían equivocados) pudieran presentar en forma tan clara y ordenada cuáles son sus diferencias y los peligros que advierten en la llamada, por Aznar, marea populista que se abate sobre algunos países de América Latina. Insisto, no necesariamente se debería estar de acuerdo con esos juicios, pero todos ellos fueron sensatos, documentados y sustentados. Ante ello, si Krauze opinó que López Obrador podría ser un presidente autoritario y mesiánico, si Vargas Llosa dijo que las políticas populistas llevan a los países al despeñadero o si, en otro evento, Aznar dijo que deseaba que ganara Felipe Calderón es absolutamente intrascendente.
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