Denise Dresser publica este lunes un interesante artículo en el diario Reforma:
Putinización
Por todas partes se escucha ya. La demanda de orden, la exigencia de autoridad, la petición de mano firme. Ante los visos de violencia, los mexicanos se aprestan a convocar a quien pueda combatirla. Ante las señales de descomposición, crecen los reclamos a favor de la restauración. Ante la incompetencia de los que no saben qué hacer, aumenta la invocación a quienes sí sabían cómo. Y así, poco a poco, México parece encaminarse a una lamentable "Putinización"; a una regresión mental al lugar donde se añora a los hombres fuertes -al estilo de Vladimir Putin- y a los estados autoritarios que controlan. Al lugar donde México estaba antes de la transición democrática y no debe volver jamás. A la tentación de regresar al país a donde el orden fue obtenido con la punta de una pistola.
Y esa tentación surge ante los cadáveres apilados, las granadas lanzadas, los criminales desatados, los narcotraficantes que acorralan al Estado y evidencian su fragilidad. Esa nostalgia por los abogados del orden emerge como resultado de las expectativas frustradas que trajo consigo el gobierno de Vicente Fox. Cuando el PRI perdió la Presidencia en el 2000, muchos mexicanos pensaron que cambiar al país era posible. Que trascender lo peor del priismo era necesario. Que el fin del viejo régimen traería consigo una nueva era de prosperidad. Pero ante las penurias personales del ex Presidente y las deficiencias del andamiaje que su sucesor -Felipe Calderón- heredó, México parece atrapado. El país no logra deshacerse del pasado pero tampoco construye el futuro. La Presidencia imperial ha muerto, pero la Presidencia democrática no la reemplaza aún. El corporativismo se encuentra debilitado, pero una nueva forma de representación social no emerge todavía. El Estado ya no reprime de manera abierta, pero tampoco gobierna de forma eficaz.
Y allí están los resultados de la democracia que no alcanza a serlo. Una sociedad desencantada, una economía oligopolizada, un Presidente acorralado, un gobierno sin autoridad, un entorno donde la violencia es una realidad cotidiana para miles de mexicanos. Un país cabizbajo y desconcertado donde nadie sabe a quién apelar, a quién mirar, a dónde voltear, en qué gobierno confiar. Donde los policías y los ladrones no forman parte de bandos opuestos. Donde los "guaruras" de Ricardo Salinas Pliego pueden lanzar disparos al aire en Valle de Bravo sin sanción o intervención. Donde se enuncia la instalación de un Consejo Nacional de Seguridad y, en las semanas posteriores, aumenta el número de muertos. Donde -frente a este panorama- hay más ciudadanos dispuestos a ceder libertad si obtienen seguridad a cambio. Donde ya en cada conversación de café alguien reclama el uso de la fuerza, la mano de hierro, el retorno del PRI porque "esto no pasaba con ellos".
En pocas palabras, parecería que en lugar de cuestionar las acciones antidemocráticas e iliberales que el gobierno ha cometido (y sigue cometiendo), el pueblo de México las exige. A pocos parecen preocuparles las libertades democráticas y los derechos civiles, cuando de combatir al crimen organizado se trata. México se revela a sí mismo en esta coyuntura crítica como un país increíblemente conservador, donde el cambio en los mapas mentales tarda en venir. Ante la ausencia de la cohesión social y nacional, demasiados mexicanos exigen un gobierno de mano dura. Ante la inexistencia de lazos cívicos y ciudadanos, demasiados mexicanos demandan que el Estado los proteja de sí mismos. Ante la falta de confianza en las instituciones, demasiados mexicanos claman el regreso de un poder capaz de suplir sus deficiencias. Piden el regreso de un hombre con pantalones, que pise fuerte, que viole las reglas de ser necesario.
Y los partidos, que deberían ser el vehículo de representación y entendimiento, son todo lo contrario. Actores como el PRD, que debería apoyar la institucionalidad, se esfuerzan por romperla. Actores como el PRI, que debería ver el gobierno como una responsabilidad compartida, apuestan al fracaso de Felipe Calderón con la esperanza de reemplazarlo. Actores como el PAN se muestran demasiado timoratos como para entender la labor que les corresponde, o continúan actuando como si fueran la oposición. Todos se empeñan en mantener las prácticas, las costumbres, las complicidades del viejo régimen. Felipe Calderón pacta, Manlio Fabio Beltrones chantajea, AMLO amenaza, los oligarcas extraen rentas, los monopolios se atrincheran, las televisoras imponen, los sindicatos vetan, los taxistas del aeropuerto aumentan las tarifas como y cuando quieren, el crimen organizado aumenta, el narcotráfico se extiende, la población civil comienza a ser el blanco cuando antes nunca lo fue.
Por ello no sorprende que hoy la democracia empieza a asociarse con anarquía, con debilidad, con inseguridad. Hoy ya hay quienes empiezan a exigir al Putin mexicano. Hoy aumentan los reclamos para que alguien gobierne de manera fuerte y dura como él lo continúa haciendo. Y todo esto ocurre porque los mexicanos se sienten alejados tanto del Estado como de la sociedad. Su lealtad no es a los procesos democráticos sino a la familia y a los ami- gos. Más del 50 por ciento de la población se declara insatisfecha con la transición, desencantada con los partidos, ambivalente hacia el IFE, sospechosa del sistema judicial. Los mexicanos confían más en el Ejército que en las personas que han llevado al poder. Sienten que el gobierno ha sido privatizado por clanes, que los partidos políticos no sirven, que la ciudadanía no tiene manera de influenciar al gobierno o lograr que haga las cosas mejor. De allí que busquen una solución encarnada por quienes ofrecen continuidad, seguridad, estabilidad, control.
El viejo PRI, liderado por personajes como Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa y Ulises Ruiz. Ofreciendo el PRI con la cara bonita de Enrique Peña Nieto y la mano de hierro de quien fuera secretario particular de Fernando Gutiérrez Barrios. Ofreciendo a los concesionarios el mantenimiento de sus concesiones, a las televisoras el mantenimiento del duopolio, a los empresarios el restablecimiento del orden, a los sindicatos la preservación de "conquistas sindicales", a los mexicanos el valor de la experiencia aunque haya sido antidemocrática. Eso y mucho más en el horizonte político y electoral que alcanza a vislumbrarse. La alianza de los oligarcas y las fuerzas del orden, apoyada por una población que empieza a perder el ímpetu democrático. La restauración de la mano firme pero corrupta que estranguló a México durante 71 años. La "Putinización" predecible pero lamentable.
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