Rubén Aguilar, el ex vocero del presidente Fox, relata episodios de su vida como guerrillero en El Salvador.
Su artículo aparece en El Financiero:
Por Rubén Aguilar
La primera vez que me encontré con Gustavo Iruegas fue en San Salvador, nos vimos en la sede de la embajada de México, sobre el Paseo Escalón, a finales de noviembre de 1980. Era entonces el encargado de negocios del gobierno de México.
Faltaban seis semanas para que iniciara la ofensiva general del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que ocurrió el 10 de enero de 1981.Le llevaba una nota de presentación de tres líneas escritas a mano que me había dado un muy querido amigo, el embajador Jorge Palacios, que decía que iba a vivir en El Salvador y podía resultar muy útil para él y para mí que mantuviéramos contacto.
En esa ocasión revelé a Gustavo mi pertenencia a la guerrilla y de manera general le platiqué de mis responsabilidades y tareas.A partir de ese momento inició una amistad que sólo ha sido interrumpida por su muerte, que tuvo lugar el 22 de octubre, en La Habana.
Hacía dos meses que se había trasladado a Cuba para ser tratado de un cáncer que había aparecido tiempo antes.
En los últimos años él y yo no valorábamos de la misma manera la situación del país, pero eso nunca fue obstáculo para que pudiéramos mantener una profunda amistad, que estaba más allá de las ideologías y las posturas políticas.
En mayo de 1981 me encontraba en México en una reunión de Salpress, la agencia de prensa de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), cuando nos enteramos de que en San Salvador había caído una casa de seguridad de la Comisión Nacional de Propaganda y que en la acción se detuvo a los compañeros.
Ésa era el área de la guerrilla a la que estaba adscrito.Gustavo, en San Salvador, en una actitud solidaria, de inmediato y por decisión propia se trasladó a la casa en la que vivía y quemó toda la documentación que encontró, para desaparecer cualquier documento que pudiera implicarme en el caso de que la investigación de los cuerpos de seguridad llegara hasta mí.La decisión de las FPL fue que me trasladara a Managua, para ver cómo evolucionaba la situación.
La orden, después de dos meses, fue que volviera a San Salvador para que viera in situ si existían las condiciones de realizar el trabajo que tenía a mi cargo. Era agosto. En esa ocasión llegué a hospedarme en la casa de Gustavo y Susy, su compañera.
A mi cita con el responsable de propaganda de las FPL, para retomar el contacto con la estructura, Gustavo, de manera generosa, decidió llevarme personalmente al lugar, para garantizar, en la medida de lo posible, mi seguridad. Tuve el encuentro.
El responsable quedó en que se valoraría mi situación y me hablaría al día siguiente. La llamada nunca llegó.
Dos días después, en las primeras páginas de los periódicos de San Salvador, nos enteramos de que el ejército había encontrado una imprenta clandestina de las FPL. Por las fotos nos dimos cuenta de que era una estructura importante de la organización y que debíamos asumir que en el operativo habían detenido, para luego desaparecer, a miembros de la Comisión de Propaganda.
En esos días estaba en México uno de los responsables de la Comisión y de urgencia hablé con él. En clave me dijo que viera la manera de abandonar El Salvador de inmediato, porque mi vida estaba en peligro. Gustavo, generosa y solidariamente, tomó la situación en sus manos.
Por la información, debíamos suponer que los cuerpos de seguridad salvadoreños me habían detectado.
A la brevedad tenía que salir del país.Meses antes, la embajada de México había sufrido algunos atentados de grupos paramilitares que pertenecían a lo que después sería ARENA. Ante esos hechos el gobierno de México había mandado a dos militares, un capitán y un teniente, para que dieran seguridad a la embajada y su personal.
Gustavo y yo analizamos la situación. Él tomó la decisión de llevarme personalmente al aeropuerto. Cuando llegamos, en el lugar había más seguridad que de costumbre.Gustavo y los militares iban armados, me acompañaron hasta la puerta del avión. Esperaron ahí para cerciorarse de que la nave hubiera despegado.
En esos días corría la versión de que guerrilleros, ya dentro del avión, habían sido detenidos por los cuerpos de seguridad, para luego desaparecer. Si Gustavo no hubiera actuado como lo hizo ya no estaría con vida.
A él se la debo. Siempre se lo agradecí y se lo seguiré agradeciendo.La última vez que me comuniqué con Gustavo a La Habana, apenas unos días antes de su muerte, pude expresarle mi reconocimiento y una vez más le di las gracias por su enorme generosidad. Pude manifestarle también el gran cariño que le tengo a él, a Susy y a sus hijos.
Fue una llamada intensa y de recuento. Me comentó del tratamiento al que estaba sujeto. Me dijo, con esperanza, que si todo iba bien podría regresar a México a finales de noviembre. Después su cuadro médico se complicó. Gustavo, de corazón, mi agradecimiento por todo lo que hiciste por mí. Descansa en paz.
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