¿Qué tan añeja ha sido la complicidad entre autoridades y delincuentes, de tal manera que el crimen pudo infiltrarse en varios ámbitos de la vida poblana, pública y privada?
Lo mismo, no hay una respuesta convincente.
El meollo del asunto
Si partimos de la retórica oficial ensayada obsesivamente desde hace varios años, pareciera que de la nada, por generación espontánea, despertamos de un cómodo sueño en donde disfrutábamos de las mieles de vivir en un estado de excepción, en una especie de isla de la fantasía que nos mantenía vírgenes, impolutos, ante una ola de acciones delictivas y de violencia que enferman como cáncer maligno a prácticamente todo el territorio nacional.
Todo esto, en el entorno de una Puebla supuestamente pujante, moderna, detonante de inversiones de todo tipo, sobre todo en el rubro inmobiliario.
Una Puebla ficticia, con una paz social sostenida con alfileres, con enormes cuestionamientos sobre el origen de esos millonarios recursos que detonan su hipócrita economía y que hoy parece derrumbarse cruelmente ante nuestros ojos.
Aquí la columna
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