Algunos nombres comenzaron a emerger, hasta que de un lugar que nadie tiene ubicado, circuló una lista de lo que anunciaría el presidente Enrique Peña Nieto.
Miguel Ángel Osorio Chong se mudaba de Gobernación a Desarrollo Social, de donde salía Luis Enrique Miranda rumbo a Siberia.
El meollo del asunto
A Bucareli llegaba el secretario de Educación, Aurelio Nuño, sin identificar su reemplazo. Pero el de Agustín Carstens al frente del Banco de México sería José Antonio Meade, quien entregaría Hacienda a José Antonio González Anaya, quien a su vez dejaría la dirección de Pemex en manos de Enrique Ochoa, cuya plaza como presidente del PRI sería ocupada por el senador Emilio Gamboa. En la lista de marras desaparecía el procurador Raúl Cervantes, cuyo despacho sería ocupado por el comisionado nacional de seguridad, Renato Sales.
Se puede argumentar que esa lista no fue autorizada por el presidente, aunque cumplió el propósito, deliberada o inopinadamente, de calentar las fuertemente cargadas mentes sucesorias y ejercer presiones a definiciones prontas.
Se puede argumentar que esa lista no fue autorizada por el presidente, aunque cumplió el propósito, deliberada o inopinadamente, de calentar las fuertemente cargadas mentes sucesorias y ejercer presiones a definiciones prontas.
Aquí la columna
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