En sus reuniones, sus interlocutores empezaron a encontrar a un primer mandatario que parecía estar deseoso de que ya terminara su sexenio. No desinformado, no aturdido, no viviendo en un mundo paralelo. Pero ya sin el ímpetu que requiere una tarea de ese tamaño.
El meollo del asunto
Ese desánimo impide un golpe de timón, una reinvención, un relanzamiento. Marca a un presidente que parece haber decidido desde hace un año que había que administrar, pero que ya no hacía falta gobernar.
Ese desánimo permea en el gabinete, contagia el deseo de que el árbitro pite el final del partido y se refleja en muchas cosas, quizá la más grave, un desdén por los gobernados, una desconexión con sus intereses y anhelos, una ruptura de vasos comunicantes.
Ahí se inscribe el golpe brutal a la clase media mexicana que significó el aumento en el precio de la gasolina.
Por eso les sorprendió la reacción indignada de la sociedad, por eso no esperaban los saqueos.
Aquí la columna
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