Todo lo que AMLO necesitaba hacer para fraguar esa alianza era decir que la quería y sentarse a negociar sus términos con los dirigentes del llamado “polo de izquierda”, mayoritariamente el PRD, pero también Movimiento Ciudadano, el inextinguible Partido del Trabajo, y sus respetivos gobernadores, legisladores y presidentes municipales.
El meollo del asunto
La mesa estaba puesta. El domingo pasado, durante la asamblea de Morena, López Obrador volteó la mesa y le bailó un zapateado encima. Rechazó toda alianza con el “polo de izquierda”, alegando que hay “sumas que restan” y planteando la elección de 2018 como “un plebiscito entre un régimen caduco o el cambio verdadero”.
Su estrategia es saltarse a los lideratos de los partidos que desprecia y quedarse con los votos de las bases.
La definición política del domingo tiene un doble costo: no pone al “polo de izquierda” a favor de AMLO y lo deja libre para negociar con otros actores, en particular con el PAN, la construcción de una alternativa de oposición anti-PRI y anti-Morena en 2018.
Aquí la columna
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