lunes, enero 02, 2017

Se acabó el subsidio a las gasolinas para alimentar mastodontes de ocho cilindros

Román Revueltas Retes, en su columna Apuntes Decembrinos, de Milenio, pregunta: ¿Cuánto dinero podías ahorrarte, anteayer, como para perder tu precioso tiempo en la cola interminable de una estación de servicio? ¿100 pesos? ¿200? 
Y, de cualquier manera, habrá sido una economía totalmente transitoria y fugaz, para aquellos consumidores que habitan las zonas del territorio nacional en las que se han liberado totalmente los precios de los carburantes: desde el 1º de enero, todas las compras son más onerosas.
Las reacciones colectivas de la gente resultan un tanto extrañas: en los Estados Unidos, los pobladores de muchas comunidades corren a proveerse de víveres tan pronto como se enteran de alguna posible catástrofe natural o de una amenaza artificial.


El meollo del asunto

A diferencia de los estadounidenses, la paranoia no es un marcado rasgo cultural de los mexicanos.
He escrito, en artículos anteriores, que el subsidio a las gasolinas me venía tan bien a mí que estuve a punto de agenciarme un mastodonte de ocho cilindros nada más para disfrutar de alegres aceleraciones en los semáforos y de escuchar el imponente ronroneo de un motor de 5.6 litros. 
No lo hice porque se impuso la razón y cierta mínima preocupación por el medio ambiente. Hoy, esa plata que me regalaba papá Gobierno se va a usar para programas sociales y construcción de escuelas. ¡Qué rabia, oigan! 

Aquí la columna
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