La hostilidad renovada con que la practica Donald Trump vuelve a abrirnos los ojos a una historia de violencia institucional que quizá no tenga paralelo en ninguna otra frontera del mundo.
Digo violencia institucional porque, en lo sustantivo, las deportaciones son legales, pero eso no les quita ni su dureza ni su inhumanidad.
Increíble el silencio con que a través de los años los gobiernos y las sociedades de ambos países han visto con naturalidad tan escandalosa historia. Increíble también el silencio de las organizaciones internacionales de derechos humanos al respecto.
El meollo del asunto
México no ha hecho de este problema el centro de su relación con Estados Unidos. Nuestro gobierno parte de la idea de que la migración es materia de política interna estadunidense en la que México nada tiene que decir.
Pero una cosa es el respeto a la política interna de Estados Unidos en la materia y otra cosa es callar ante la inhumanidad y la violencia que se ejerce todos los días contra miles de seres humanos, la mayoría mexicanos, detenidos y deportados, tantos como 2 millones 600 mil durante los ochos años de gobierno de Barack Obama.
Aquí la columna
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