“Vivimos un gran cambio tecnológico y social. Nuestra misión es ser el motor de ese cambio”, aseguró el todopoderoso ejecutivo del que se decía que controlaba hasta el último tornillo de su empresa. Al día siguiente, el sector automovilístico europeo y el orgullo alemán recibían un golpe del que aún no se han recuperado.
Un año después de que estallara la manipulación masiva de motores diésel, Volkswagen trata de adaptarse a los nuevos tiempos.
En los últimos 12 meses, la compañía que era el orgullo de la primera economía europea se ha visto obligadoa reemplazar a su presidente, ha visto cómo en solo dos días se esfumaban más de 25.000 millones de su valor en Bolsa, ha registrado las mayores pérdidas de su historia y ha dotado provisiones y pagado indemnizaciones milmillonarias. Su acción ronda hoy los 120 euros, mientras que a principios del año pasado estaba en los 250.
El gigante que factura 200.000 millones de euros y emplea en todo el mundo a 600.000 personas no se ha venido abajo, como predecían los más agoreros.
El gigante que factura 200.000 millones de euros y emplea en todo el mundo a 600.000 personas no se ha venido abajo, como predecían los más agoreros.
“Volkswagen ha hecho en los últimos 12 meses avances sustanciales”, dijo esta semana su presidente, Michael Müller, en el cuartel general de la compañía en Wolfsburgo.
Es cierto, pero el diéselgate está lejos de haber acabado, como muestra el hecho de que cada pocos días surjan nuevos frentes en esta crisis que parece no tener fin.
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