Esto es lo que sucedió con todo el proceso de la invitación de Donald Trump a México, y cuya victoria en las elecciones presidenciales puede llevar, una vez más, a un error de análisis en Los Pinos y congraciarse de que aquella reunión, contra lo que dijo el mundo, fue un acierto.
Cuidado. No hay que confundir el diagnóstico para no volver a fallar en la receta.
El encuentro con Trump le pareció una buena idea al presidente Enrique Peña Nieto cuando se lo propuso, en abril, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, bajo el argumento de que si el entonces candidato a la presidencia no modificaba su discurso de repudio al Tratado de Libre Comercio, las consecuencias para México iban a ser catastróficas.
En este primer corte de caja, si hoy el escenario probara ser certero y Peña Nieto estuviera seguro de ello, no es Videgaray quien debió de haberse ido, sino la canciller Claudia Ruiz Massieu, que se opuso abiertamente a la invitación, y el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, que lo hizo desde las sombras.
Aquí la columna
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