Estábamos cómodos, inconfortables pero cómodos, en la creencia de que el acuerdo estratégico con Estados Unidos tenía un futuro de largo plazo.
No había gran cosa que cambiarle al acuerdo, ni en sus beneficios ni en sus costos.
Había dos beneficios: la vitalidad del TLC, motor único del crecimiento mexicano, y los 11 millones de mexicanos ilegales que trabajan en Estados Unidos y envían a sus familiares unos 24 mil millones de dólares anuales.
A cambio había que pagar costos como la guerra contra el narco y la entrega de nuestra seguridad a las agencias estadunidenses, para el control migratorio y la prevención antiterrorista.
Había que dar también solidaridad en los foros multilaterales a la política de Washington y contener nuestra actividad política en territorio estadunidense.
La hostilidad del nuevo presidente de Estados Unidos amenaza con suprimir las dos ventajas grandes de aquel acuerdo: el TLC y la litigiosa tolerancia a los trabajadores mexicanos ilegales.
La hostilidad de Trump demuestra que no hicimos la tarea como país. Nuestra vulnerabilidad es del tamaño de nuestras omisiones.
Aquí la columna
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