Raymundo Rivapalacio en su columna Estrictamente Personal, de El Financiero, considera que la captura de Javier Duarte en Guatemala deja un sabor de boca agridulce.
Por un lado, es cierto que el gobierno mexicano, trabajando con Interpol, tardó 185 días en acabar con su fuga, y finalmente obtuvo resultados. Por el otro, para alguien que burló durante seis meses la cacería policial mundial, la forma como lo encontraron despierta dudas.
¿Cómo fue tan descuidado y autorizó una aparatosa movilización de ocho miembros de su familia a Guatemala?
El meollo del asunto
Fue una operación binacional de 72 horas que acabó con una fuga de seis meses, pero que no termina de explicar, con la información disponible, si se trató de una detención químicamente pura, o si fue una entrega negociada, donde se le dio como concesión poco más de un día de estar con sus hijos, que llegaron a su último refugio sin disfrazar su destino.
Negociación o entrega, en esta primera instancia, es irrelevante. No lo será en el juicio, donde se podrá ir viendo si hay protección a Duarte o, como se ha prometido, se llegará hasta el fondo sin importar a dónde llegue.
Aquí la columna
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