La opinión pública mexicana aborrece su caso al revés y al derecho. Mientras estuvo prófugo, por la complicidad política que lo había dejado escapar. Ahora que ha sido detenido, porque su captura le viene como anillo al dedo al reto electoral del gobierno, urgido de bonos en su batalla por el Estado de México.
Muchos lamentan el daño que Duarte y otros gobernadores le hacen a la imagen del país. Sin duda es un gran daño, pero, puestos a pagar por el desarreglo de los gobiernos locales mexicanos, es preferible el escándalo de gobernadores presos que el de gobernadores prófugos.
Los gobernadores presos son una raya de contención de la impunidad. Los prófugos son la impunidad buscando refugio. Los gobernadores presos son también una advertencia para gobernadores en funciones.
El escándalo es lamentable pero no su mensaje. Dice a todos los Javieres Duarte del país que la tolerancia pública para sus prácticas va en picada, y ellos con ella.
Aquí la columna
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