La voz de Trump ha conectado con la franja tóxica de la insatisfacción popular de la sociedad estadunidense frente a sus gobiernos, sus políticos y sus ricos.
El meollo del asunto
Trump tocó viejas teclas del piano de esa cultura: el racismo, la xenofobia, el proteccionismo, el aislacionismo, el nativismo, la superioridad estadunidense, la antigua arrogancia imperial.
Y ofreció la novedad de una vieja tonada revivida. La tonada la grandeza americana, del edén perdido, despedazado por la ceguera de los políticos de Washington, por sus desastrosos pactos de libre comercio, sus blandenguerías migratorias, su condescendencia global, su incapacidad de poner a Estados Unidos primero en todos los frentes.
Ha sido un mensaje potente en un envase idóneo: el de las verdades simples, sonoras, bien repetidas, que saltan por encima de las complejidades de los hechos hacia las emociones elementales de una audiencia que quiere creer.
Aquí la columna
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