El espectáculo de gobernadores prófugos o presos, que dejan tras de sí gestiones de gobierno catastróficas, tiene un rasgo común: todos han convertido su autonomía política alcanzada durante la democracia en irresponsabilidad financiera.
El meollo del asunto
El mecanismo típico ha sido multiplicar sus deudas bancarias dando como garantía sus participaciones federales, bursatilizar sus servicios públicos y hacer crecer la cuenta de sus proveedores.
El caso de Veracruz es delirante y será probablemente el que empiece a marcar la pauta del techo, el no va más, del federalismo mexicano actual.
Tampoco hay ya tolerancia al espectáculo de estados quebrados y gobernantes ricos. Hay avidez pública, en cambio, de gobernadores prófugos, presos o en vías de estarlo.
Mi impresión es que se trata de una crisis terminal.Aquí la columna
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