La verdadera causa de tanta ansiedad, angustia y desesperación se encuentra en la desfachatez de más de la mitad de los gobernadores del país, ajenos a la austeridad, la eficacia y la transparencia.
Extraña que la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) no ha hecho crítica alguna a los mandatarios, ni siquiera a los peores casos de corrupción.
Hasta el momento no existe una postura clara contra los ilícitos cometidos por ex gobernadores malhechores. Nada se ha reclamado a la inmoralidad delincuencial de personajes como Guillermo Padrés, de Sonora, preso disfrazado de víctima; Rodrigo Medina, de Nuevo León, Javier Duarte, de Veracruz, César Duarte de Chihuahua, Jorge Herrera, de Durango, o Roberto Borge de Quintana Roo.
Los males del país tienen denominador común; no es el impresentable Trump, sino la corrupción, el manejo patrimonialista de los recursos, la falaz idea de que el poder se hizo para enriquecer al poder y el dinero público es patrimonio exclusivo de la clase política.
Pobre México, tan lejos de Dios, tan cerca del “trompudo”... y tan lleno de ratas.
Aquí la columna
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