Transcurrieron dos horas hasta llegar al peaje de Zapotlanejo donde los pasajeros pudimos ya constatar directamente que el morrocotudo embotellamiento se debía, pues sí, a otro más de los mentados cercos dispuestos para proclamar que el alza de los combustibles nos desagrada profundamente a los mexicanos.
Muy bien, que se exprese universalmente el sentir del pueblo soberano.
El meollo del asunto
Pero, ¿ese descontento tiene obligadamente que resultar en un pisoteo de los derechos de los otros ciudadanos de México, en una afectación directísima a sus intereses y en un arbitrario avasallamiento? ¿Qué sentido tiene impedir que miles de vacacionistas vuelvan tranquilamente a casa, cuál es el propósito de fastidiar a gente que no tiene nada que ver, qué posible beneficio se deriva del hecho de sembrar desorden?
Imaginen ustedes, estimados lectores, a un Gobierno que no sólo deja que se incrementen desaforadamente los precios de los carburantes sino que emplea la fuerza pública para garantizar la circulación en las carreteras. ¡Uf! Una dictadura, oigan.
Sigamos entonces de rehenes de los manifestantes. Atrapados, inmovilizados, detenidos… ¡Viva la libertad!
Aquí la columna
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