En primer lugar, el control sobre las propias decisiones políticas, sobre el propio territorio, sobre las propias fronteras.
Hay en el brexit una estela emocional de restitución de soberanía frente a decisiones de élites locales insensibles y burócratas europeos caros y distantes.
El meollo del asunto
Tras esta sensación de estar ganando o recobrando lo perdido está, desde luego, la ilusión o la certidumbre de haber sido mejores, de haber empeorado.
Es lo que Timothy Garton Ash ha llamado, en un artículo extraordinario, “el optimismo nostálgico” de los brexiteers, esa convicción de que “hubo un tiempo en que fuimos grandes sin ayuda de nadie, de modo que podemos volver a serlo”.
Sorprende la similitud de esta búsqueda de la grandeza perdida de Reino Unido con la que Donald Trump promete cuando dice que quiere volver otra vez grande a Estados Unidos.
Aquí la columna
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