En términos históricos sería una gran fiesta, y en coyunturales, la plataforma de despegue para las elecciones de 2018. Pero no será así, porque Peña Nieto trae un rendimiento decreciente con su partido, que cada vez lo quieren menos como aliado y más lejos de ellos.
La ruptura de la lealtad con el jefe político que es su presidente, sólo se asemeja a la que provocó Ernesto Zedillo cuando abandonó a su suerte al candidato presidencial del PRI, Francisco Labastida, y entregó el poder a Vicente Fox, en 2000.
El caso de Peña Nieto es más complejo y profundo: si el PRI no mantiene Los Pinos, la posibilidad de que sus reformas sean desmanteladas es enorme y, de ser así, todo el desgaste y descrédito en su administración habrá sido en balde.
Aquí la columna
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